Guion literario para una biopic del beato Fray Mamerto Esquiú.
Escena de apertura: https://drive.google.com/file/d/1VTmtSmn5UyTsJnsPjd7Girwi4zHOZMqD/view?usp=drivesdk
SINOPSIS
Es la vida del beato Fray Mamerto Esquiú, benefactor de la República Argentina en tiempos de su constitución, y su lucha ascética por alcanzar la santidad.
ARGUMENTO
El corazón de Mamerto Esquiú comienza a latir en un humilde paraíso durante las guerras por la organización nacional argentina del siglo XIX.
Desde niño demuestra dones sobrenaturales, en especial el de la palabra. Con ella salva milagrosamente a su familia y a su pueblo de la maldad de la mazorca rosista.
Mamerto ama a Dios y le pide que lo guíe para ser un instrumento de paz para su Patria.
Consagrado a la vida religiosa, desde el púlpito logra ablandar los corazones de los bandos en pugna y la República alcanza un estado de paz fundamental que ayuda a lograr su constitución. Es apóstol y ciudadano ejemplar. Esto le da un medido orgullo. Se expanden su fama y su acción pública crece en favor del bien común.
Dios, a través de un desconocido, le advierte que su prédica está vacía de consejo y llena de elocuente vanidad.
Reconoce que viven en él desmesuradas pasiones: la soberbia, el orgullo y la vanidad. Paradójicamente, quienes lo conocen lo ven como un vivo y santo ejemplo de humildad y de caridad. Intenta combatirlas con penitencia y oración, pero todavía no entiende cuánto debe servir a Dios y cuánto a su prójimo necesitado. Aumenta su exposición pública, lo cual le causa un gran malestar interior.
Sus colegas diputados traspasan el colegio católico en el que trabaja a la enseñanza liberal. Y considera que el periódico y la imprenta que ayudó a instalar fomentan las divisiones y los partidismos.
Está desilusionado de su acción pública. La cree vana. Siente su alma enferma. Comprende que para salvarla debe elegir entre ayudar a los demás y amar a Dios.
Define un nuevo plan para su vida: imitar a Cristo al costo de menospreciar el mundo. Renuncia a la vida pública y pide autorización para retirarse a un lejano convento para hacer penitencia, oración y para misionar la palabra de Dios donde nadie lo conozca. Va entonces a Tarija. En el exilio restablece su contacto con Dios y aprende a dominar sus pasiones en un verdadero ejercicio de santidad, pero su exigencia consigo mismo es cada vez más alta. Abandona la elocuencia y abreva de los Santos Evangelios. Predica para lograr conversiones de almas, y se conceptúa como escasamente regular en esa tarea. Adopta rigurosos hábitos de mortificación para mantenerse lejos de los intereses del mundo y sólo dedicarse al amor a Dios.
Le ordenan regresar a la vida pública y -sin su consentimiento- lo designan en un altísimo cargo de la iglesia. No se siente digno. Renuncia y se exilia aún más lejos. Al enterarse que está a salvo, regresa a Tarija.
Odorico, su hermano y mejor amigo lo convence de aceptar ayuda para ir a cumplir el sueño de visitar la tierra donde vivió Jesús y conocer al representante de Dios, el Papa.
Durante un año y medio vive su tiempo más feliz en Jerusalén. Desea quedarse para morir allí.
Ya maduro, alejado de la vida pública y plenamente dedicado a su orden franciscana y a Dios, otra vez la obediencia lo intima a regresar a su patria.
Un encumbrado admirador suyo, Nicolás Avellaneda, ahora presidente de la Nación, logra que el Papa lo elija como obispo de Córdoba. No puede negarse, aunque se sienta indigno.
En sus dos últimos años, ejerce como obispo. Atiende a los pobres y misiona a pesar de las dolencias físicas, que lo llevan a la muerte. Después de muerto rehúsa honores y cumple otro ferviente deseo: su corazón descansa para siempre en su tierra natal.
Su inmaculado corazón es venerado por los fieles durante más de un siglo. La veneración pública de la reliquia finaliza abruptamente cuando un hombre insano lo roba y lo hace desaparecer sin dejar rastros.
Tiempo después, al probarse una curación milagrosa por su intercesión, la Iglesia lo declara beato. Actualmente analiza nuevos milagros, antes de su declaración oficial como santo.
Comentarios